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viernes, enero 07, 2005

si la incertidumbre es cruel, es porque la necesidad de certidumbre es acuciante y aparentemente indesarraigable en la mayoría de los hombres. Se toca aquí un punto de la naturaleza humana bastante misterioso y, en todo caso, aún no dilucidado: la intolerancia hacia la incertidumbre, intolerancia tal que arrastra a muchos hombres a sufrir los peores males, y los más reales, a cambio de la esperanza, por vaga que sea, de una ínfima caertidumbre. [...] Lo más desconcertante de ese gusto por la certidumbre es su carácter abstracto, formal, insensible, tanto a lo que existe en realidad como a lo que pudiera ser, de hecho, doloroso o gratificante. Nietzche opone justamente, a la riqueza de la realidad, el carácter "pobre" y "vacío" de la certidumbre.
Poco importa, en suma, que una certidumbre informe sobre algo real: sólo se le pide que sea cierta. Por eso a la adhesión fanática a una causa cualquiera se la reconoce sobre todo porque, en el fondo, es totalmente indiferente a esa causa, y sólo está fascinada por el hecho de que esa causa le parezca, en un momento dado, poder ser tenida como cierta.
Así, a la adoración de una verdad le acompaña siempre una indiferencia respecto del contenido de esa misma verdad.
El gusto por la certidumbre a menudo está asociado a un gusto por la servidumbre. Ese gusto por la servidumbre, muy extraño, pero universalmente observable también desde que existen los hombres y piensan demasiado, diría parodiando a La Bruyère, se explica probablemente menos por por una tendencia incomprensible haciala servidumbre como tal que por la sumisión hacia aquél que declara ser garante de la verdad (sin revelar no obstante nada ella, por supuesto). Incapaces de mentener sea lo que fuere como cierto, pero igualmente incapaces de adaptarse a esa incertidumbre, los hombres prefieren la mayoría de las veces remitirse a un maestro que afirme ser depositario de la verdad.